Mi hija entró a la fiesta del libro y la cultura de Medellín con una pregunta: “¿Cómo puedo ser mejor?” No mejor en matemáticas, o mejor haciendo amigos, o mejor en algo específico.
Solo mejor.
Mientras otros niños se dirigían hacia las portadas coloridas y los personajes familiares, ella vagaba. Tomaba libros, los dejaba, seguiá buscando.
Y entonces algo hizo clic.
“Hábitos Atómicos” de James Clear llegó a su pila. Luego Marco Aurelio. Después otro libro sobre estoicismo. Luego la atrapo la ciencia y se enamoro de dos libros de Stephen Hawking. Nueve libros en total, ninguno de los que yo esperaba, todos los que ella necesitaba.
Pasamos tanto tiempo curando lo que los niños deberían leer, deberían aprender, deberían llegar a ser. Creamos listas de lectura y guías apropiadas para la edad y caminos recomendados.
Pero olvidamos algo importante. Cuando hacemos la pregunta correcta, encontramos la respuesta correcta. Incluso cuando no sabemos que la estamos buscando.
Mi hija no necesitaba que yo le hablara de filosofía antigua o productividad moderna. Necesitaba preguntarse cómo podía ser mejor, y luego confiar en sí misma para reconocer la sabiduría cuando la viera.
Los libros la eligieron tanto como ella los eligió a ellos.
¿Qué pregunta llevas contigo en tu próxima búsqueda?